Pobremente empieza el año o la “mote juste”

Delhi, enero 12 de 2010

Por Estrella de los Ríos

 

 

            Con la bullaranga de loros parleros, guacamayas de tres colores, corocoras encarnadas, micos alborotados, variado croar de ranas y la algarabía de los asustadizos patos vacacionistas que vuelan desde Canadá, sin cansarme leí y leí sumida en ese silencio. Una lectura  hinchada de brisas llaneras y mentes… mentes por doquier, mentes, “descontroladamente”.  Los adjetivos son deliciosos e irremplazables y, como cualquier delicia, si nos empacha indigesta. Hace muchas décadas, estimulada por nuestro riguroso Nobel cataqueño, me dedico a evadir mentes fáciles; a cada texto una vez terminado, le practico la sana tarea de eliminar los inútiles y reemplazarlos por la palabra precisa.

En estos días de asuetos di la tercera lectura de mi vida a Antología de la literatura fantástica de Editorial Sudamericana de Argentina que editara Cien años de Soledad por primera vez. Como se lee en la contra carátula, “Tres destacadas figuras del mundo argentino de las letras nos ofrecen…” lo mejor de los maestros de la literatura de ese género. Son Borges, Silvina Ocampo y Bioy Casares, el trío maravilla. En los cuentos incluidos en la antología agobian estos adjetivos de mente aérea que interrumpen el deleite de la lectura. Alternaba el ejemplar con la exquisitez de Piraterías de Salgari que leí de un tirón sin tropiezos, y un abultado mamotreto de casi seiscientas páginas titulado La palabra del mudo (I), del peruano Julio Ramón Ribeyro donde de nuevo me hallé atrapada en un alud de adjetivos terminados en mente a una rata de casi cuatro por página. Chocante, por no decir abominable la disyuntiva de creer o no creer, de aceptar o no aceptar la ligereza de quien escribe por escribir, por llenar volúmenes sin dedicar un segundo a la carpintería, al respeto al lector, o cultivo de la lengua, o disfrute de la riqueza del idioma.

¿Y los clásicos de la literatura fantástica de todos los tiempos escritos en otras lenguas, por qué llevaban consigo la larga cola de “mentes”? Se lo atribuyo a los escritores y traductores que traducen por traducir. El recuento en suma fue desastroso, una especie de carnicería lingüística. Entre lectura de línea y párrafos no pude menos que recurrir, primero al subrayado, luego al conteo de adjetivos terminados en mente y al final, al prorrateo por número de páginas con un resultado de casi 3 “mentes” por página de 28 líneas; un exceso. Por supuesto que la lectura fue más entretenida que placentera;  además de atrapar la idea me enfrasqué en la sustitución del término o en cercenar el adjetivo en su forma simple, sin mente… Así, Enoch Soames, de Max Beerbohm, ostentaba profundamentes, vagamentes, secamentes, pacientementes, por montón, que me hacían pensar que Beerbohm se revolcaba en su tumba, o en la ausencia de mente de los correctores. Al Sennin de Agutagawa le endilgaron 14 “mentes” en un texto de cinco cortas páginas, donde en la segunda encontramos sin reatos intencionalmentes, momentáneamentes, ansiosamentes y vagamentes, para seguir en la segunda con felizmente, estúpidamente, ceremoniosamente, aparentemente y realmente… Realmente, acoto yo, ¡qué hartera!  En la delicia de W.W. Jacobs, La pata de mono, desfilaron 38 “mentes” en sólo 11 páginas que me forzaron a recordar rancheras, boleros, letras de música afrocaribe, vallenatos y joropos que recurren a los “mentes” creyéndolos poéticos… “Probablemente tú… quizá me has olvidado”… el merengue “Suavemente” de Elvis Crespo… que nos hace bailar… suavemente. El “Inolvidablemente vivirán… en mi, de Tito Rodríguez”…  Pero encontrar suavementes, implacablementes, levementes, finalmentes, perplejamentes, impunementes y ansiosamentes… mata, mata de tedio, casi… tediosamente. Y a Franz Kafka, al pobre, sin derecho a defenderse, en su exquisito cuento Josefina la Cantora o El pueblo de los ratones, el traductor le encasqueta 23 adjetivos terminados en mente en 13 páginas, sin importar que el “fundamentalmente” se dé de bruces con un “tímidamente” que se topa a la vuelta de la esquina con un “probablemente”,  que pudo sustituirse con un escueto y poético quizá. quizá, quizá.

 

Hay quienes atribuyen la manía de los “mentes” a la influencia de la literatura inglesa, norteamericana, donde encontramos miles de adjetivos terminados en “ly”, quietly, tenderly, frankly, obviously, maliciously, rarely, y amén de “mentes” en inglés, y del empleo de estos adjetivos de uso obligado en textos técnicos, en manuales para el empleo de aparatos y utensilios. “Cierre herméticamente”, “revuelva completamente”, “lea cuidadosamente”, por precisión, para evitar malos entendidos, accidentes, lograr un resultado óptimo y librarse de demandas por textos vagos. Mas, besar apasionadamente, abrazar lúbricamente, rozar imperceptiblemente, acariciar vehementemente, o comunicar humildemente un proyecto, ganar la guerra victoriosamente, pareciera sacarle el cuerpo a lo poético aparte de aumentar el número de caracteres. Es posible que obedezca a la “moda”, tendencia o como quiera,  y que sea cuestión de gusto, que cada cual haga lo que le parece, y que sea cosa de estilo obligar a que el lector acepte estas pausas mata pasión en un texto literario. A  Julio Ramón Ribeyro sólo le basta la oportunidad de  describir la actitud física o mental del sujeto para solucionarlo con sus adjetivos terminados en mente, de allí que recurra no sólo a “manos que se posan solemnemente en las sisas de los chalecos”, o en descripciones como “era panzón, completamente panzón…” Y enseguida remate con “Conozco perfectamente mis deudas”. “Sería mejor pasar directamente al arreglo”.

 

El trabajo de evitar los adjetivos terminados en mente implica rigor y reflexión, un entrar en situación para lograr la “mote juste” o el talismán de la época, de fines del siglo XVIII. Talismán que le hace más bien que mal al buen escritor. Un “respiré profundo” suena mejor  que “respiré profundamente”. Y “nuevamente el patrullero”… acortaría la idea con “de nuevo el patrullero…”. En fin, la tarea de la cacería de mentes resultó interminable. A medida que avanzaba en la lectura pique aquí y allá para librarme de los “mentes”, resultó infructuoso el intento, que no “infructuosamente”. En  El Caso del difunto Mister Elvesham de H.G. Wells, el traductor sin que Borges lo notara, le embute la friolera de 36 mentes en 11 páginas, todos “fácilmente” reemplazables. El Busto, de Manuel Peyrou, ostentó 27 “mentes” en 8 cortas páginas, y para rematar la indigestión de “mentes”,  engullí en Martin Buber, escritor austriaco y filósofo existencialista, 3 “mentes” innecesarios en 18 líneas. Y no faltó, en “Final para un cuento fantástico” de I. A. Ireland, brevísimo relato de 8 líneas, el “avanzando cautelosamente”, cuando resulta más eficaz avanzar con cautela.

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