Los platos de mi casa, de mi living, de mi comedor, son tan cambiantes como los ánimos de todos los seres humanos alegres, vivos, despiertos, sanos, de apetencias permanentes y de deseos de consentirse con bastante frecuencia. La única manera de subsistir, alimentando el goce. Nunca, ni durante los pasados doce años cuando ofrecía un menú, una carta, repetí un plato, todo por temor a quedarme anclada en un solo punto.
No tiene clasificación. No es típica. No es colombiana. No es mediterránea. No es «costeña». Es la cocina del mundo, la cocina de casa, la cocina de oportunidad, de festejar, de todos los días, la de cosecha, la de ocasiones especiales. La cocina de casa, sin ambages. Tan universal que sin distingo de nacionalidad quienes comen en mi mesa terminan evocando los olores de su infancia.
¿Qué comen mis convivios? Lo que más me gusta, lo que mejor me sabe, lo que más sé hacer, lo más experimentado, lo más innovado, lo más remoto y lo más cercano; lo más familiar y lo más sofisticado, lo conocido y lo desconocido, lo nunca probado, lo nunca visto, lo nunca oido. De mar, de tierra, de aire. Todo cuanto natura da, fresco, de tamaños pequeños, tiernos, frescos sus frutos y creaturas.
Si los comensales son vegetarianos al momento de la reserva se hace la aclaración, sea vegetarianos puros, ovolácteos o amplios.